. EL IMPERIO DE
ITURBIDE
1. La
proclamación popular
Habían transcurrido ya tres meses y el Congreso no había
cumplido con su cometido de discutir ni presentar un proyecto de Constitución.
Si bien se nombró una comisión para que redactara el proyecto, su preocupación
estuvo centrada en la amplitud de poderes que detentaba Iturbide, por lo que se
pretendió establecer que el que detentara el mando militar no podría controlar
la administración civil. Esta disposición no se aprobó, porque la mayoría
estuvo de acuerdo en que Iturbide detentara ambos poderes.
La popularidad y simpatía con las que contaba Iturbide dentro de
todos los sectores de la sociedad, así como la muerte de O'Donojú, lo marcaban
como el candidato idóneo para ser coronado emperador en sustitución de Fernando
VII o de cualquier otro Borbón; estableciéndose así la Corona mexicana en un
mexicano, lo que sería bien visto por los mexicanos pero que acarrearía la
oposición de lo que ya comenzaba a denominarse el partido borbonista, agrupado
alrededor de las logias masónicas del rito escocés. Pueblo, ejército,
provincias, casi todo el clero (excepto el arzobispo de México, Pedro Fonte,
gachupín a ultranza) apoyaban la coronación de Iturbide. Sólo faltaba la
opinión del Congreso "soberano".
En la noche del 18 de mayo de 1822 una manifestación popular
encabezada por el sargento mayor (no un mero sargento), Pío Marcha, a través de
las calles de la ciudad se dirigió hasta la residencia de Iturbide, ubicada en
las calles de Plateros. No puede haber duda que los altos comandantes del
ejército y la tropa deseaban que Iturbide asumiera el trono. Ese clamor se
extendió a todas las clases de la sociedad: empezó con un pequeño grupo hasta
alcanzar una gran multitud. No fue una manifestación del "populacho",
como se ha escrito. Al asomarse al balcón de su casa lo convencieron de que
accediese al llamado del pueblo. "Música militar, música civil, cohetes,
disparos de fusilería, las campanas al vuelo. Nadie durmió esa noche del júbilo
general. No hubo una persona que mostrara desagrado".38
En ese momento Iturbide era el héroe aclamado por todos y no
había quien le negara el mérito de haber consumado la Independencia sin violencia
y con principios que servirían de base a la conformación del nuevo Estado
mexicano. Para entonces debió darse cuenta de que el rechazo español a su Plan
y a los Tratados le abría las posibilidades de asumir un trono que hoy sabemos,
gracias a los estudios del historiador canadiense Anna, le resultaba difícil de
desear y, menos, de aceptar. Así lo confesaría años más tarde en su manifiesto
desde Liorna.39 Pero en ese instante le resultaba
difícil -si no imposible- oponerse a la voluntad popular. Iturbide se limitó a
afirmar que: "la ley es la voluntad del pueblo: nada hay sobre ella;
entendedme, y dadme la última prueba de amor, que es cuanto deseo, y lo que
colma mi ambición";40 "los mexicanos no necesitan que
yo les mande", opinando que fuera el Congreso el que dijera la última
palabra.
2. El debate en
el Congreso y la ratificación final
El 19 de mayo se presentó una iniciativa al Congreso firmada por
los militares, donde se le solicitaba considerar el asunto de la elección de
Iturbide como emperador. El diputado Valentín Gómez Farías presentó otra
iniciativa, firmada por 46 diputados, pidiendo proclamarlo como emperador.
Afirmaba que deseaban recompensar al "Libertador" por todos sus
servicios otorgándole el trono, y que ese era también el deseo de las
provincias representadas por los diputados que firmaban. Iturbide manifestó que
se sometería a lo que los diputados decidieran. Éstos tuvieron un primer debate
público, mientras que la multitud aclamaba a Iturbide. Fue una sesión en la que
intervino todo el mundo con la presencia del mismo interesado. Sesenta y siete
diputados votaron en favor en forma inmediata, mientras que quince votaron en
el sentido de que tenían que referir su voto a las provincias que
representaban. Como recuerda Timothy Anna, nadie votó en su contra. El diputado
Francisco Argándar argumentó que se nombrara a Iturbide emperador para evitar
una nueva guerra civil, diciendo que no se había dicho nada negativo con
relación a su elección como emperador.41 A este respecto, el escritor Fernández
de Lizardi estableció que si Iturbide no hubiera aceptado el trono, ninguna
otra facción hubiera obtenido apoyo suficiente para salir adelante y México se
hubiera visto envuelto en una nueva guerra civil.42 La argumentación principal del
Congreso residió en que una vez rechazados por España el Plan y los Tratados,
quedaba en libertad el Congreso para elegir al emperador que quisiera. El
Congreso debía presentar la propuesta de quién habría de ser el emperador para
cumplir con el requisito del artículo cuarto del Plan de Iguala y los Tratados.
Una vez que se anunció la aprobación de la propuesta se levantó
una gran ovación para Iturbide y para el Congreso. Hubo una felicidad
generalizada ya que se "coronaba" el ideal de todos, reconociéndole,
así, a su "Libertador" todos los bienes que había obtenido para la
nación. Lorenzo de Zavala afirmó que los partidarios de Iturbide como emperador
fueron "el clero, la miserable nobleza del país, el ejército en su mayor
parte y el pueblo bajo, que no veían en este jefe más que al libertador de su
país"; es decir, casi toda la sociedad.43 Muy pocos se opusieron, una parte
mínima de la elite de entonces que pretendía arrogarse para sí el monopolio de
la representación "popular": burgueses letrados, masones escoceses,
borbonistas y republicanos. La minoría del inmenso imperio. Al no reconocerse
otro candidato, Iturbide debía asumir el trono.
Se puede pensar que en esa sesión el Congreso estuvo presionado
por el clamor de la gente, y así restarle validez a la elección, pero el día 21
de mayo, con 106 diputados presentes, el Congreso acordó en forma unánime
publicar el acta de la elección de Iturbide; ese mismo día se le tomó juramento
mediante el cual se comprometió a mantener la religión católica, observar la
Constitución mexicana y las leyes que expidiere el Congreso y la Constitución
española en tanto aquélla se aprobase, a no desmembrar al Imperio, ni quitar la
propiedad a nadie, y a respetar la libertad de todos; es decir, se confirmaban
los principios establecidos en el Plan y los Tratados.44 En el decreto del Congreso se
estableció: "pues que habiendo sido su libertador, sería el mayor apoyo
para su defensa; así lo exigía la gratitud nacional; así lo reclamaba imperiosamente
el voto uniforme de muchos pueblos y provincias, expresado antes de ahora; y
así lo manifestó de una manera positiva y evidente el pueblo de México y el
Ejército que lo ocupaba". En la fórmula empleada en el juramento
expresamente se hizo referencia a que Agustín de Iturbide era emperador
"por la Divina Providencia, y por el nombramiento del Congreso de
representantes de la nación".45
En los días subsecuentes el Congreso siguió tomando
determinaciones en torno al Imperio. Se entiende que la elección de Iturbide
fuera un suceso aceptado por la mayoría de la nación; se tomaba como
consecuencia natural de las cosas; máxime que Iturbide venía ejerciendo el
poder en la práctica desde la consumación de la Independencia. Por lo mismo, él
podía temer lo que implicaba aceptar esa Corona -las dificultades de un reino
en formación- que no se sentía preparado para enfrentar. Era un militar, no un
gobernante, por lo que cuando se le ofreció la Corona, o más bien, se le
exigió, la tomó para evitar mas derramamiento de sangre en una nueva guerra
civil que no deseaba, tal y como lo afirmaría en una carta que le mandaría al
libertador Simón Bolívar46 y en su "testamento".
Su inobjetable legitimidad como emperador se encuentra en la
ratificación por parte del Congreso del Plan de Iguala y de los Tratados de
Córdoba, los que habían sido reconocidos por el pueblo en todo su contenido,
incluyendo la forma de gobierno monárquico moderado por una Constitución, así
como en su propia elección ratificada asimismo por el Congreso.
3. La
coronación. Iturbide, emperador constitucional
El llamado a Iturbide a tomar la Corona salió del mismo pueblo
que sancionaba la forma de gobierno monárquica, y este llamado fue ratificado
por el Congreso, que de esta manera aceptó dicha forma de gobierno.
Con la aceptación al trono, Iturbide cumplió con otra de las
promesas del Plan de Iguala, estableciéndose en su persona una monarquía,
moderada por una Constitución. Mientras ésta se expedía -y el Congreso no había
hecho ni discutido nada al respecto, ni lo haría en los meses siguientes-
continuaría vigente la Constitución española de 1812, en tanto no se opusiera a
lo dispuesto en el Plan y en los Tratados.47 Al reconocer el Congreso la forma de
gobierno que Iturbide había establecido como la más adecuada para nuestro país,
y al reconocer la aclamación de Iturbide como la cabeza de esa nueva monarquía
en diversas sesiones y decretos, no se puede argumentar que su designación no
tuviera validez o que se hubiera adoptado por un acto de violencia. Recuérdese
que el 23 de mayo el Congreso aprobó, como su título oficial, la fórmula
"Agustín, por la Divina Providencia y
por el Congreso de la Nación, primer
emperador constitucional de México",48 y días más tarde decretó la monarquía
hereditaria.
La coronación se llevó a efecto el domingo 21 de julio en la
catedral de México. El ceremonial recuerda mucho las tradiciones y símbolos de
la época virreinal; como entonces, se requería de dichos símbolos para la
validez de los actos, ya que eran formas reconocidas por todos y necesarias
para dar seguridad a la sociedad. El Congreso en su totalidad estuvo reunido,
así como las corporaciones principales y miembros de todas las clases.
Procedióse á la ceremonia después de colocadas en el altar las
insignias imperiales; al empezar la misa celebrada por tres obispos -excluido
el de México, Pedro Fonte, que discretamente había abandonado su diócesis para
regresar a España, una vez que ésta había rechazado el Tratado de Córdoba- el
emperador y la emperatriz, ya revestidos con el traje propio, se dirigieron a
las gradas del altar, donde el ministro consagrante les ungió según las
prevenciones del ritual; bendijéronse luego las insignias, y el presidente del Congreso (Mangino) tomando la corona, la colocó
sobre la cabeza de Iturbide y éste en la de la emperatriz; ocuparon entonces un
trono grande dispuesto al efecto, y el obispo celebrante, dichas las últimas
preces, volvióse a la concurrencia y exclamó en alta voz: ¡ Vivat Imperator in aeternum!,
a que contestaron los asistentes: ¡Viva el emperador y la emperatriz!..
Concluida la ceremonia, el jefe de los reyes de armas en alta voz exclamó: El
muy piadoso y muy augusto emperador constitucional primero de los mexicanos
Agustín, está coronado y entronizado: ¡Viva el emperador! Los concurrentes
respondieron ¡Viva el emperador y viva la emperatriz!49
4. La lucha de
los poderes
Uno de los principales problemas que se suscitaron entre el
emperador y el Congreso, fue la mencionada proclamación de este último como
"soberano", aun antes de discutir el contenido de la Constitución
prevista, delegando a un segundo y tercer plano a los poderes Ejecutivo (la
Regencia y el emperador) y Judicial (las audiencias). Si bien se tenía como
base jurídica la Constitución de Cádiz, en relación con el derecho de veto, que
sí concedieron las Cortes españolas al monarca, en México se le negó al
emperador.50 Muchos de los miembros del Congreso
aceptaron que el papel del emperador sólo sería secundario. Además, Iturbide,
al realizar su juramento el 21 de mayo, juró que estaría ligado a las leyes,
órdenes y decretos "que ha dado y en lo sucesivo diere" el Congreso,
lo que algunos pudieron interpretar como que había aceptado su soberanía.
El Congreso no tomó en cuenta que su función principal consistía
en elaborar la Constitución del imperio y dar paso a la elección de un Congreso
ordinario; dicha Constitución sería la que sustituyera a la de Cádiz. Pero
durante meses no se produjo ningún borrador oficial de la misma, salvo los
proyectos particulares de Antonio José Valdez y el atribuido a Miguel Guridi y
Alcocer.51 Como estableció Iturbide en su
Manifiesto, no se escribió ni un solo renglón de la Constitución, ni se creó un
sistema de hacienda; y la administración de justicia estuvo abandonada: nunca
llegaron a establecerse los nuevos tribunales que sustituyeran a las dos
audiencias virreinales.52
Por otra parte, se estableció que eran incompatibles el mando
militar y ser miembro del Poder Ejecutivo. Esto ocasionó un choque inmediato
entre el emperador y el Congreso, choque que seguramente se hubiera dado con
cualquiera que hubiese asumido el trono. Estas diferencias fueron surgiendo
pocos meses después de que Iturbide subiera al trono, y se fueron agravando a
medida que pasaban las semanas. En este tiempo se integrarían a la vida
política mexicana promotores de conspiraciones republicanas, como el colombiano
Miguel Santa María, y los antiguos diputados a las Cortes españolas Miguel
Ramos Arizpe y Mariano Michelena -organizador de las logias masónicas del rito
escocés en donde surgieron los principales centros de oposición de Iturbide-.
Un agente especial de Estados Unidos -el célebre y nefasto Joel R. Poinsett-
trabajó duramente para proponer el modelo republicano y oponerse a la monarquía
de Iturbide, sembrando la semilla de las logias del rito yorkino. Liberado de
la prisión de San Juan de Ulúa, el padre Servando Teresa de Mier -con claras
ideas republicanas y de enorme influencia política- le informó a Iturbide que
lo desconocía como emperador. Durante los últimos meses de 1822 y los primeros
de 1823 hubo un crecimiento de las logias antiiturbidistas, formadas por
antiguos borbonistas y por republicanos. El Congreso estaba lleno de enemigos
al proyecto de Iguala, e incluso hubo algunos que se opusieron a la garantía de
la unión. Muchos de los altos funcionarios del ejército imperial como los
insurgentes Bravo, Guerrero, y Victoria, así como Felipe de la Garza, poco a
poco se volvieron en contra de Iturbide y apoyaron a la oposición, aunque poco
antes habían sido leales a éste. Comenzaron a fraguarse conspiraciones entre
mayo y julio de 1822. Incluso se llegó a la conclusión de que el Congreso
Constituyente, que había sido creado para dictar leyes fundamentales, podía
ignorar las vigentes. Como el Congreso era soberano, todos los poderes le
pertenecían y había subdelegado el Poder Ejecutivo en el monarca, por lo que
éste no representaba a la nación, sino únicamente el Congreso: "...había
problemas básicos en la visión que el Congreso tenía de sí mismo... y de hecho
el Congreso Constituyente nunca llegó a producir ni siquiera un borrador de la
Constitución, antes de que Iturbide lo cerrara en octubre".53
También hubo sesiones públicas en las que se afirmó que ninguna
consideración debía hacerse al Plan de Iguala y a los Tratados suscritos en
Córdoba. Mier decía que no eran válidos ninguno de los dos, ni la Constitución
de Cádiz, ni los decretos de la Junta Provisional. Afirmó que la soberanía
residía en la nación, quien la había delegado en el Congreso, y que éste había
a su vez había delegado el Poder Ejecutivo en el emperador, lo que llevaba al
desatino de concluir que el emperador representaba al Congreso. Esta posición
estaba completamente alejada de cualquier consenso público.54 Se olvidaba que el Plan de Iguala y
los Tratados de Córdoba eran superiores al Congreso, porque éste los había
ratificado en las Bases Constitucionales, como había ratificado la vigencia de
la Constitución gaditana en sus primeras sesiones, en tanto la nación mexicana
tuviera su propia Constitución. Pero en la realidad, tampoco deseaba acatar la
Constitución de Cádiz porque ésta limitaba también sus poderes.
Se trataba de un Congreso Constituyente que quería levantarse
sobre todos los poderes existentes, ser la máxima autoridad sin ningún límite,
sin darse cuenta y reconocer que su objetivo único era dictar la Constitución
que limitaría a todos los poderes conforme con las Bases Constitucionalesjuradas
en febrero de 1822, Bases que recogían los principios de Iguala
y Córdoba. Por supuesto, aquélla no era la concepción que Iturbide tenía del
Congreso; ahora se pretendía impedir la existencia de un monarca absoluto, con
el establecimiento de un Congreso absoluto. Todo esto afloró en las tres
principales disputas habidas entre mayo y agosto de 1822: le negaron al
emperador el derecho de vetar las leyes constitucionales y los impuestos; según
la Constitución de Cádiz, los miembros del Supremo Tribunal de Justicia
deberían ser nombrados por el emperador, mientras que el Congreso estableció
que estaba dentro de sus facultades; y, para restaurar el orden y la justicia en
las provincias y para evitar las conspiraciones que comenzaban a surgir en el
país, Iturbide consideró el establecimiento de tribunales o comisiones
militares; el Congreso se lo negó.
En agosto de 1822, los borbonistas y republicanos se quejaron a
las provincias de que Iturbide usurpaba el poder. Esta confrontación se
entiende porque en el seno del mismo Congreso se fraguaba una conspiración
contra el emperador, que implicaba al padre Mier. Era un plan en el que se
proponía promover una revuelta en la ciudad de México, apresar a Iturbide,
nulificar su elección, cambiar al Congreso de ciudad y proclamar una República.
Se respetarían las garantías de independencia, religión católica e igualdad
racial, así como la libertad civil y la seguridad individual. Pero ¿cómo podía
confiarse en un Congreso que habiendo jurado acatar el Plan de Iguala, los
Tratados de Córdoba, y la Constitución de Cádiz en lo que no se opusiera a
aquéllos, y que había ratificado a Iturbide en varias sesiones y recibido su
juramento, si en su mismo seno se violaba todo lo que había aprobado? Una cosa
era que no todo el mundo estuviera de acuerdo con Iturbide y otra que en el
mismo Congreso se planeara el derrocamiento del nuevo régimen, un régimen que
lo que intentaba era dar estabilidad a la nueva nación, y que era la fuente de
legitimidad del propio Congreso.
Afirma Iturbide que ante este panorama: "me decidí pues a
proceder contra los iniciados de la manera en que estaba en mis facultades, si
alguno me lo disputa que vea el artículo 17 de la Constitución española, que en
esa parte estaba vigente".55 Se obtuvieron pruebas escritas de la
conspiración, lo que justificó la aprehensión de 66 diputados conspiradores, lo
que se llevó a efecto el 26 de agosto. Casi todos figurarían más tarde en la
revuelta de Casa Mata y se volverían republicanos. El Congreso reclamó a los
diputados detenidos y exigió que fuesen juzgados por las propias Cortes. Al día
siguiente se reunió para comenzar a discutir el aspecto de la inmunidad de los
diputados en relación con sus opiniones públicas. Se realizaron sesiones
cerradas del 27 de agosto al 11 de septiembre. En medio de estos debates, el
diputado Gómez Farías propuso "que se declararan traidores a la patria
todos los que de algún modo atacaran la representación nacional, ó la forma de
gobierno establecido",56 iniciativa que, desde luego, no
prosperó, pero que revela una vez más, la falta de responsabilidad frente a la
utilización o manejo de este atroz delito. Se concluyó que, según el artículo
172, restricción undécima, segundo párrafo, de la Constitución de Cádiz:
"Sólo en el caso de que el bien y seguridad del Estado
exijan el arresto de alguna persona, podrá el Rey expedir órdenes al efecto;
pero con la condición de que dentro de cuarenta y ocho horas deberá hacerla
entregar a disposición del tribunal o juez competente",57 deberían turnarse a los detenidos a
los tribunales competentes dentro de las 48 horas siguientes. En el caso de los
diputados, el tribunal que les correspondía era el propio Congreso. No se
alegó, pues, el arresto, sino el hecho de no haberlos turnado al Congreso. En
estas intensas sesiones fue una y otra vez traído a cuenta el decreto de las
Cortes españolas sobre conspiradores de 17 de abril de 1821 que, sin embargo,
no se consideró vigente en el Imperio.58
El gobierno afirmó que era poco tiempo para turnarlos a los
tribunales competentes, ya que eran demasiados los detenidos. Y que en el caso
de los diputados no consideraba que el Congreso conociera de su caso, ya que
posiblemente también otros diputados estaban implicados. Se decidió terminar
con las confrontaciones, dado que ello llevaría a la destrucción de uno de los
dos poderes. El 26 de septiembre, con ayuda de Miguel Ramos Arizpe, se amotinó
en Nuevo Santander su comandante militar, el general de brigada Felipe de la
Garza, quien reclamaba la liberación de los diputados. No obtuvo ningún apoyo y
el coronel Lanuza terminó con el levantamiento "rápidamente y sin
sangre".59 Para esa fecha el prestigio del
Congreso estaba totalmente decaído.
El 20 de diciembre se determinó la suerte de los aprehendidos:
26 permanecieron bajo arresto; 13 tuvieron libertad condicional; 7 fueron
liberados bajo vigilancia gubernamental; y 20 obtuvieron la libertad absoluta.
Sólo cinco permanecieron en prisión, entre los que se encontraban Mier, Anaya,
y Carlos Ma. Bustamante. Los principales líderes republicanos no habían sido
arrestados. Miguel Santa María, quien se encontraba entre los arrestados por la
conspiración, fue expulsado del país, pero se quedó en Veracruz donde siguió
conspirando, al igual que Mariano Michelena, a través de los logias. Por otra
parte, comenzó a circular el rumor de una posible disolución del Congreso.60
Los problemas continuaron y la oposición del Congreso, dominado
ya por masones escoceses, arreció a tal grado que Iturbide, por fin, se decidió
a disolverlo. Paso radical, pero justificado. Durante meses no había hecho otra
cosa que oponerse al Emperador y evitado toda colaboración entre los poderes.
Anna ha opinado que:
El Congreso Constituyente tenía defectos tanto en su forma como
en su composición; no había logrado producir nada de importancia duradera; y
estuvo dominado, especialmente en septiembre de 1822, cuando ya no contaba con
un quorum, por elementos de pensadores liberales que no eran bien vistos por
grandes segmentos de la población mexicana.61
Además, un Congreso tan poderoso ni siquiera tenía parangón en
ese momento en otros países: "Un Congreso todopoderoso no fue el sistema
por el que había optado Estados Unidos; tampoco lo fue el sistema que habían
creado los liberales españoles en 1812 y de nuevo en 1820, cuando dejaron lugar
para que el rey ejerciera un poder independiente considerable".62 Las mejores razones, sin embargo, las
dio el propio Iturbide en el decreto de disolución del 31 de octubre:
...la Nación confiaba que el Congreso Constituyente dictaría
leyes sabias que organizaran el Gobierno e hicieran la felicidad del Imperio...
Así lo creyeron todos los pueblos, pero una desgraciada experiencia ha hecho
ver que lejos de cumplir con exactitud sus deberes, entró en empeños muy
distantes de su instituto, contraviniendo desde el mismo momento de su
instalación a las facultades que se confiaron a los diputados por las
provincias, arrogándose títulos y atribuciones que no les corresponden, y
viendo con una fría indiferencia las necesidades del Estado, la administración
de justicia, la suerte de los empleados, y las miserias del Ejército que de
todas maneras ha pretendido diseminar, sin embargo de que muchos de los mismos
diputados procuraron disuadirlo de semejantes procederes.63
No podía tolerar que la nación se arruinase y que se envolviera
"en los desórdenes que están a la vista de todos": un Estado sin
Constitución propia, sin hacienda organizada, "con el ejército mal pagado
y desnudo, los jueces y empleados llenos de miseria por carecer unos de sueldo
y los otros por el atraso de los pagos de sus dotaciones, las autoridades sin
energía"; en fin, una nación precipitada hacia la ruina, "pues los
delitos se propagan y aumentan de día a día, en términos del mayor
escándalo".64 Por todo esto disolvió al Congreso
mediante el decreto de 31 de octubre de 1822. En su lugar, y con algunos de los
antiguos diputados, inmediatamente estableció la Junta Nacional Instituyente.
Ésta aprobó el 22 de febrero de 1823 el Reglamento
Provisional Político del Imperio Mexicano, que "era en gran medida un
reflejo del pensamiento de Iturbide y del Plan de Iguala",65 y el documento más cercano a lo que
pudo ser la Constitución del Primer Imperio Mexicano66 si bien no llegó a tener vigencia pues
nunca se promulgó, se trataba de un documento político provisional, no una
Constitución para el imperio, ya que la intención permanente de Iturbide
siempre fue que el Congreso Constituyente dictara la Constitución del estado.
Para este entonces la simpatía por el Congreso había decaído
totalmente entre la población. Iturbide recibió apoyo de las diputaciones
provinciales y al disolverlo los mismos diputados se retiraron sin problemas.
Sin embargo, a la larga este acto trajo consecuencias negativas para Iturbide
que se fueron manifestando poco a poco. La masonería, dominada ya por
borbonistas y republicanos, comenzó a labrar al interior de sus logias la caída
del emperador y del Imperio. El primero en levantarse contra Iturbide fue el
general Santa Anna en Veracruz, quien se encontraba resentido contra Iturbide
por cuestiones personales; comenzó una conspiración en favor del
establecimiento de la República con ayuda de Santa María. Nadie, sin embargo,
le hizo caso en ese momento. Más tarde algunos de los generales más fieles al
emperador, como Echávarri, Negrete, Lobato, Cortázar y la mayor parte de los
oficiales del ejército encargado de combatirlo, movidos por las logias
masónicas,67 solicitaron la convocatoria de un
nuevo Congreso Constituyente. Estos militares argumentaban que la patria estaba
en peligro por falta de representación nacional, y firmaron el Plan de Casa
Mata el 1o. de febrero de 1823, que aparentemente no iba ni contra el emperador
ni contra la forma monárquica de gobierno, pero que sin duda minaba ambos.
Aunque se limitaba a solicitar la elección de un nuevo Congreso Constituyente,
Lucas Alamán afirma que:
El único aunque disimulado objeto del de Casa Mata fue derribar
á Iturbide, á lo que concurrieron aun sin entenderlo, los numerosos enemigos
que éste se había hecho con la prisión de los diputados, disolución del
congreso, préstamos forzosos, ocupación de la conducta, medidas contra los
españoles, proclamación y coronación de emperador, y tantas otras causas que
habían ido acumulando materiales para el incendio que tan pronto se propagó en
todas direcciones. Los masones, pues, desde que preponderaron en ellos los
diputados que regresaron de España, siempre quisieron una República central,
que dependiese enteramente de ellos ó de sus amigos y gobernada por las logias.68
Iturbide pudo entonces aplastarlos militarmente, dado su enorme
prestigio ante el pueblo y gran parte del ejército, pero ello implicaba
arrastrar al país a una nueva y sangrienta guerra civil; prefirió, por el
contrario, ceder a las presiones de los rebeldes y restableció al
desprestigiado Congreso el 4 de marzo de 1823. Ante éste abdicaría la Corona
del Imperio Mexicano.
5. La abdicación
y los decretos del Congreso
La noche del 19 de marzo de 1823, el ministro Juan Gómez de
Navarrete se presentó ante el desprestigiado y restablecido Congreso para
presentar la abdicación de Iturbide al trono de México, en la que afirmó:
"La Corona la admití con suma repugnancia, solo por servir a la patria;
pero desde que entreví que su conservación podría servir si no de causa, al
menos de pretesto, para una guerra intestina, me resolví dejarla", y dado
que su presencia en el país "sería siempre pretesto para
desavenencias" y se le atribuirían "planes en que nunca
pensara", prometía "espatriarse gustoso" en una nación extraña.69 Al día siguiente, el ministro Francisco
de Paula Álvarez presentó una abdicación más formal, donde reiteró su voluntad
de abdicar y salir de México, solicitando que la nación se hiciera cargo de una
deuda por ciento cincuenta mil pesos.70 Iturbide no había abdicado antes por
falta de autoridad competente frente a la cual hacerlo. Había durado como
emperador diez meses, del 18 de mayo de 1822 al 19 de marzo de 1823, y abdicó
ante el desprestigiado primer Congreso Constituyente para evitar el
desencadenamiento de una nueva guerra civil entre los mexicanos que seguramente
hubiera puesto en grave riesgo la Independencia nacional. Como en la campaña de
1821 -y contrario a la actitud asumida cuando combatió ferozmente a los
insurgentes- volvió a privilegiar la ausencia de derramamiento de sangre y la
unión entre todos, en aras de la consolidación de la independencia del país.
Iturbide decidió abdicar, dejar la Corona y alejarse del país para evitar la desunión,
antes de sofocar militarmente a sus enemigos. Nuevo y grande mérito que se le
ha regateado.
Salió con su familia de Tacubaya el 30 de marzo, escoltado por
tropas al mando del general Nicolás Bravo, tal y como lo había pedido. El día
anterior había dirigido una amplia exposición al Congreso, en la que afirmó
que: "si la nación mexicana, dichosa con la felicidad de sus hijos, llega
al punto que debe ocupar en la carta de las naciones, yo seré el primer
admirador de la sabiduría del Congreso; me gozaré en la felicidad de mi patria,
y terminaré gustoso los días de mi ecsistencia".71 En Veracruz se embarcó rumbo a Liorna,
en Italia, el 11 de mayo. Para esta fecha es obvio que conociera ya los
decretos emitidos por el Congreso contrarios a su abdicación y a la forma de
gobierno planteada en el Plan de Iguala y en los Tratados de Córdoba, y
aceptada con toda libertad por el mismo Congreso en las Bases Constitucionales.
Además, quedaba enterado de la penas establecidas contra quien lo proclamase
emperador o le gritase "vivas". El Congreso había tomado venganza.
Veamos estos tres decretos:
Primer decreto del 8 de abril de 1823:
1o. Que siendo la coronación de D. Agustín de Iturbide obra de
la violencia y de la fuerza, y nula de derecho, no ha lugar á discutir sobre la
abdicación que hace de la corona.
2o. De consiguiente, también declara nula la sucesión
hereditaria y títulos emanados de la coronación; y que todos los actos del
gobierno pasado, desde el 19 de mayo hasta el 29 de marzo, son ilegales,
quedando sujetos á que el actual los revise para confirmarlos ó revocarlos.
3o. El supremo Poder Ejecutivo activará la pronta salida de D.
Agustín de Iturbide del territorio de la nación.
4o. Aquella se verificará por uno de los puertos del Golfo
mexicano, fletándose por cuenta del Estado un buque neutral, que lo conduzca
con su familia al lugar que le acomode.
5o. Se asignarán á don Agustín de Iturbide, durante su vida, veinticinco
mil pesos anuales, pagaderos en esta capital, con la condición de que
establezca su residencia en cualquier punto de la Italia. Después de su muerte
gozará su familia de ocho mil pesos, bajo las reglas establecidas para las
pensiones del montepío militar.
6o. D. Agustín de Iturbide tendrá el tratamiento de excelencia.
Segundo decreto del 8 de abril de 1823:
El soberano Congreso Constituyente mexicano declara:
1o. Jamás hubo derecho para sujetar á la nación mexicana á
ninguna ley ni tratado, sino por sí misma ó por sus representantes nombrados
según el derecho público de las naciones libres. En consecuencia, no subsisten
el plan de Iguala, tratados de Córdoba, ni el decreto de 24 de febrero de 1822,
por lo respectivo á la forma de gobierno que establecen y llamamientos que
hacen á la corona; quedando la nación en absoluta libertad para constituirse
como le acomode.
2o. Quedan vigentes por libre voluntad de la nación las tres
garantías, de religión, independencia y unión, y lo demás que contienen los mismos
planes, tratados y decreto, que no se opongan al artículo anterior.
Decreto de 16 de abril de 1823:
El soberano Congreso Constituyente mexicano, en atención á estar
declarado por el artículo 1o. del decreto del 8 del corriente, que D. Agustín
de Iturbide no ha sido emperador de México, ha decretado lo siguiente:
Que se tenga por traidor á quien proclame al expresado don
Agustín de Iturbide con vivas, ó influya de cualquier otro modo á recomendarle
como emperador.72
Toda su obra, así como el momento más importante en la historia
de México, eran desconocidos por quien, teniendo autoridad, lo había reconocido
anteriormente con toda libertad. El Congreso, que había ratificado el Plan de
Iguala y los Tratados, negaba ahora sus propios actos. ¿Qué validez podían
tener los actuales?, ¿por qué ahora se dudaba que las anteriores decisiones
hubiesen sido conforme a derecho, y se tenía la seguridad de que las que tomaba
ahora sí lo eran? Es una contradicción y una incongruencia decir que el Estado
libre y soberano de México no tenía por qué sujetarse por tratados, cuando
gracias precisamente a esos planes y tratados -Plan de Iguala y Tratados de
Córdoba- la nación mexicana era libre y soberana.
Es interesante ver en el segundo decreto del 8 de abril cómo se
desconoce la vigencia del Plan y los Tratados, en cuanto a la forma de
gobierno, pero se admite su vigencia en todo lo demás. Esto es importante,
puesto que más adelante, cuando se dicte el decreto de proscripción, se
seguirán aplicando todas las disposiciones vigentes, tales como el Plan, el
Tratado, la Constitución de Cádiz, así como el derecho español (si bien en
forma supletoria) y otros decretos mexicanos.
Iturbide todavía no salía del país cuando se dictaron est.
No es el único
caso en la historia de América en su lucha por la independencia, para librarse de la tutela
española. Agustín de Iturbide, como varios de los libertadores de América,
inició su historial político militar en las huestes españolas, como hijo de
padre español y de madre criolla.
Por esta razón,
muchos pueden criticar a Agustín de Iturbide, pero al hacerlo están viendo solamente lo
negativo, desconociendo los hechos que, independientemente de las motivaciones que
los desencadenaron, resultan positivos, y cuyos frutos perduran hasta
hoy.
Militar y
político mexicano, Agustín Cosme Damián de Iturbide y Arámburu (su nombre completo) nació en Valladolid (la
actual ciudad de Morelia, en México), el 27 de septiembre de
1783 (algunas fuentes indican que fue en 1773).
Hijo de una
familia acomodada, su padre, José Joaquín de Iturbide (originario de Pamplona), era un
terrateniente español y su madre, Josefa de Arámburu, una noble criolla michoacana.
Agustín estudió
en el seminario, trabajando posteriormente en una hacienda propiedad de
su familia.
Joven inquieto
e inteligente, se enroló en el ejército realista a la edad de diecisiete años,
cuando abandonó el seminario (algunos biógrafos indican que lo hizo a los
catorce años).
Iturbide se
casaría a los veintidós años con Ana María de Huarte, estando destacado en la guarnición de
Jalapa.
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Se dice que
este es el único retrato de Albino García Ramos.
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Algunos cuentan
que al estallar la insurrección armada de 1810, el caudillo Miguel Hidalgo y Costilla invitó a Iturbide a unirse a la causa con el
cargo de teniente coronel; pero que Iturbide optó por ponerse a las órdenes del
virrey y defendió la ciudad deValladolid contra las fuerzas revolucionarias; su
notable actuación le valió el ascenso a capitán.
Con este nuevo
grado, Agustín de
Iturbide combatió a las guerrillas indígenas, y acabó por
derrotar a Albino García, a José María Licéaga y a los hermanos Francisco e Ignacio Rayón, líderes de la insurrección, logro que
le valió un nuevo ascenso.
En 1813 el
virrey Félix María
Calleja lo ascendió a coronel y le dio el mando del
regimiento de Celaya, para después darle el control militar supremo de
la intendencia de Guanajuato, uno de los principales escenarios de la rebelión,
donde se distinguió por su implacable persecución de los rebeldes.
Ejerciendo esa
responsabilidad, Agustín de Iturbide puso en práctica el programa realista
de la contrainsurgencia, siendo muy criticado por su arbitrariedad y por su
trato a civiles, incluyendo la detención de madres, esposas e hijos de rebeldes
conocidos, además de haber fusilado sin escrúpulos a quien se supone se lo
merecía, según era costumbre entre ambos bandos.
Sostuvo
frecuentemente a su tropa con sus propios recursos; logró despertar la
iniciativa privada para la defensa de las localidades en campañas locales y
foráneas; se preocupó para la educación y valorización de las hazañas de sus
soldados.
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Virrey Félix María
Calleja del Rey.
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En 1816 fue
retirado del Bajío después de que el virrey le ordenara
responder a varios cargos que incluían el uso del mando para crear monopolios
comerciales, saquear propiedad privada y malversar fondos.
Las quejas, sin
embargo, provenían de simpatizantes de la insurgencia.
Al año
siguiente fue absuelto de todos los cargos gracias al apoyo del auditor de
guerra, Miguel Bataller.
Distinguido e inescrupuloso
Agustín de
Iturbide era una persona de muy buen porte, buen jinete, un hombre valiente y
de modales distinguidos. Simultáneamente, era una persona sin escrúpulos,
frío, ciego al actuar, casi un intolerable dictador que –según algunos-
odiaba a los insurgentes.
Pese a haber
sido destituido del mando militar, y quizás por sus actitudes déspotas, crueles
y despiadadas se le consideró apropiado para dirigir las fuerzas militares en
1821, cuando los conspiradores deLa Profesa se pusieron de acuerdo para separar a la
Nueva España de la metrópoli (la ciudad de México) y ofrecerle el trono a Fernando VII para que gobernase México en forma
absolutista.
Se necesitaban
un buen contingente militar, un buen ejército, bajo las órdenes de un jefe de
prestigio, por lo que el virrey Juan Ruiz de Apodaca no vaciló en proponer a Iturbide, lo cual fue
inmediatamente aceptado por los conjurados.
De esta manera,
con treinta y siete años, fue nombrado comandante general del Sur y se le encomendó
la tarea de sofocar los restos de la insurrección.
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Vicente
Guerrero.
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Vicente
Guerrero, antiguo
lugarteniente de Morelos, era el único que continuaba en la lucha que había
iniciado el cura Hidalgo.
Si bien el plan
de los conjurados de La Profesa pretendía independizar a México y
entregárselo a Fernando VII, el análisis de algunos historiadores concluye que
Iturbide tenía su propio plan.
Según esta
tesis, Iturbide era muy astuto y quería sacar provecho de todo lo que se le
presentase. Si antes estuvo con los realistas, bien podía estar ahora con los
insurgentes independentistas.
Haciendo
abstracción de las verdaderas intenciones de Iturbide, centrémonos solo en los
hechos.
Luego de unos
pequeños descalabros iniciales de su campaña, Iturbide se repone y logra
derrotar a Guerrero, lo cual no pone fin a la insurrección, más bien la causa
se inclina en favor de la insurgencia.
Quizá por esta razón, u otra que no podemos calificar, Iturbide inicia contactos con el propio Vicente Guerrerro.
Quizá por esta razón, u otra que no podemos calificar, Iturbide inicia contactos con el propio Vicente Guerrerro.
El 10 de enero
de 1821 Iturbide envía una carta, en términos afectuosos, a Vicente Guerrero,
que éste contesta con noble arrogancia.
Los combates
seguían y de algún modo había que terminarlos, al menos eso era lo que deseaban
—creemos— ambas partes.
El 4 de febrero
Iturbide envía otra carta a Guerrero, invitándolo a intentar la forma de
dirimir el problema, tratar de resolverlo y obtener básicamente la independencia de México.
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Juan Ruiz de Apodaca,
capitán general de Cuba y virrey de la Nueva España.
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Guerrero acepta
celebrar la entrevista. Ambos bandos desconfiaban el uno del otro; sin embargo,
ambos estaban seguros de que, para bien o para mal, se llegaría a un acuerdo.
La entrevista
se realiza el 16 de febrero de 1821, en el poblado de Acatempan, donde ambos personajes se abrazan.
Este sería el
famoso "Abrazo de Acatempan", un abrazo de amistad o traicionero, pero
abrazo al fin.
Lo principal
fue que, puestos de acuerdo, tomaban la decisión de llevar a cabo la
Independencia, aceptando el general insurgente (Vicente Guerrero), con un
desprendimiento que siempre le honrará (o que tal vez se le critique), que
Iturbide sea el jefe poniéndose a sus órdenes.
El caso es que,
juntos, presentaron, el 14 de febrero de 1821, el Plan de Iguala, en el que se proclamaban tres garantías: la independencia de México, la igualdad de
derechos para españoles y criollos y, por último, la supremacía de la Iglesia
Católica.
En él se
establecía la absoluta independencia de México, teniendo como cabeza un gobierno monárquico gobernado o regulado por una constitución,
con la religión católica, apostólica y romana, sin tolerancia de otra alguna,
designándose para ocupar el trono mexicano a Fernando VII, quien en caso de no
aceptar se le sustituía con quien mejor pareciese.
Evidentemente,
el virrey Apodaca rechazó el Plan y puso a Iturbide fuera de la ley, pero
la mayoría de las guarniciones y de las ciudades le manifestaron su adhesión.
Rápidamente, el ejército trigarante (por que defendía las tres garantías
acordadas en Iguala) pasó a dominar todo el país.
El 27 de
febrero Iturbide entra triunfante a la ciudad de México al mando del Ejército
Trigarante.
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Juan
O’Donojú.
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